"¿Quieren que nazca el 4 de julio, así le ponen Tom?", dijo. No entendimos el chiste. La eminencia obstétrica no se dio cuenta que "Nacido el 4 de julio", protagonizada por Tom Cruise, no formaba parte de nuestras películas favoritas.
"El 4 de julio nos parece bien", dijimos casi a coro. Ya éramos dos padres cancheros. Nada de dudas primerizas, nada de llantos, nada de escenas dignas de una comedia de Ben Stiller. "¡Vamos a traer a este niño al mundo!". Dos capos de la maternidad.
Ya teníamos todo, hasta la sillita para el auto junto a la de su hermana.
La noche previa "al asunto" fue tranquila. Nada de nervios, quitando el detalle de que yo me puse a limpiar la casa como nunca. El síndrome del nido vacío o algo así me había atacado con todo: era la 1 de la mañana y yo estaba como si al otro día tuviese que hacer un trámite en el banco. Mi celular fue un fiel compañero. El futuro padre dormía junto a la que en horas estrenaría su título de hermana.
Yo daba vueltas por la casa. Limpiaba, baldeaba, ordenaba lo que ya estaba ordenado...
Agradecía en Twitter que algunos locos me hagan el aguante para "vaya a saber dios qué". Feli Pettinato me hacía las hurras mientras le contaba que a las 6:30 debíamos están en el Sanatorio de la Trinidad para encontrarnos con la reina de las parteras.
Obviamente no dormí. ¿No era acaso que la cesárea de este segundo bebé era una pavada? ¿Los nervios le ganaron al sueño? Sí, estaba histérica.
Nuestro tan deseado segundo hijo estaba en boxes para salir a la carrera y yo con un comportamiento digno de loquero.
Nos subimos al auto. Guido Kaczka (lo tuve que googlear, como Arnold Suerseneguer) nos acompañaba en la radio. Ariel Tarico imitó a alguien que me hizo reír.
Camino al sanatorio empezamos a analizar el signo del bebé: Cáncer. Horrible. Malos augurios. Es como que tu signo sea, no sé, Varicela. En fin, risas mediantes, llegamos.
La partera nos recibe como en el Four Seasons. Me ponen la pulserita VIP de futura madre. Firmo unos papeles y dejo al padre nervioso en soledad. Empiezo a temblar. Mucho. Cero contracciones, para variar.
Paso a una habitación en la que monitoreaban al bebé. Me inyectan algo para provocar el parto natural. No sabían que dentro de mi vientre estaba "Mr. Pancho No Me Molesten Que Quiero Dormir Acá Que Está Calentito".
Aparece mi pareja con dos revistas: Ohlala y Semanario. Un poco de cultura en momentos decisivos no viene mal...
Empiezo a hojearlarlas a la velocidad de una Ferrari. No recuerdo qué decían. Mi cuerpo entero se movía al compás de mis nervios. "Ya tuviste una cesárea, es igual. Quedate tranquila". Sí, claro. Vení, desnudate y recostate en la camilla vos", capa de la sanidad.
En culo, pero con bata, me llevan a otra sala, una especie de vestuario previo al quirófano. Se presenta mi obstetra con una pinta increíble. Supuse que después de ahí se iba a una entrega de premios. No le pregunté.
Tenía mi celu sin señal y jugaba al Candy Crush. Miré la foto de mi familia antes de apagar el teléfono. Me llevaron en silla de ruedas al quirófano y me subieron a la camilla.
Fuck, ya sabía lo que se venía: pinchazo, chau piernas, temblar temblar, ganas de vomitar, sed, entra cuchillo, sale bebé...
Entonces empecé a temblar aún más y a llorar como infante. Quería que él viniera y me diera los besos que me calmaban. Entran todos cual equipo de fútbol a su estadio. Me saludan, se ríen y repiten el "ya pasaste por esto, relax".
Siento como trabajan en mi abdomen y entre lágrimas, lo veo entrar a ÉL. Se rió de mí, no podía creer que tuviese miedo.
La escena de una cesárea, vista desde la cámara de la madre es la siguiente: tus brazos están estirados hacia los laterales, te enchufan no se qué en el dedo, una especie de biombo tapa todo desde tu vientre hasta los pies. Ves que delante tuyo hay muchas personas y sentís que te miran "las partes", sin embargo, TODOS están pendientes de la nueva vida que llega.
Mi obstetra, mi amigo, el que cuidó a mi segundo hijo como nadie, gritó "Llegó", pero hubo silencio, nadie lloró. Ese mute en el aire me preocupó. Preocupó a todos, pero lo disimularon como nadie. Segundos después, el quirófano se inundaba de grititos de un recién nacido que se quiso hacer ver.
Lo pedí a gritos, a mi hijo, a mi varón. El papá lo apoyó sobre mi mejilla izquierda y lo besé mucho. Me llené de esa pasta blanca queso philadelphia style con la que nacen los bebés.
Se lo llevaron para control y yo quedé ahí, esperando a que todo termine para pasar a mi habitación.
Lo traen envuelto en una manta y lo apoyan sobre mi pecho. Era chiquito comparado con la hermana. Una miniatura. Nos quedamos solos los dos por unos minutos. "Hola, amiguito. Soy tu mamá, la que te cantaba esta versión de "Saving all my love" (https://www.youtube.com/watch?v=Wk3ofxqRWgA) mientras vos te movías". No podía dejar de mirarlo. Olía a bebé, a frágil, a nuevo, a mío...
Le pedimos a las visitas que no viniesen hasta la tarde para pasar tiempo a solas con el mimado.
Horas después llegaron todos a conocer al niño de la dinastía, aunque sólo importaba una sola imagen: la de la cara de su hermana.
Temíamos el rechazo o la maldad. O peor, la indiferencia. Sin embargo, la enana de año y medio, sonrió con cara de "este es mi chiche nuevo" cuando vio a su hermano. Al que apodó antes de nacer, con el que hoy son inseparables.
Y volvió a nacer un lazo, el de los hermanos. Ese que hay que nutrir día a día. El que veo como desde una ventana y admiro, porque no hay nada más lindo en este mundo que saber que siempre vas a tener compañía.
UMS