martes, 22 de abril de 2014

Mañana

Fueron juntos, una vez más, a verlo. 
Él, llevaba una carpeta llena de información. Ella, una panza de dimensión exagerada. 

Hacía calor, muy intenso, muy febrero.

Apresurada, no se sabe por qué, llegó a la puerta. Timbre 2. "¡Soy yo! Turno con el Doc", gritó frente al portero un speech que había utilizado durante casi 9 meses. Unos pasos detrás de ella, él le daba una última pitada apresurada a su cigarrillo.

Entraron. El consultorio estaba vacío. Radiante, con una sonrisa impecable, apareció la eminencia que custodió desde el primer minuto lo que se gestaba adentro de ese vientre. Les dijo que pasen. Ella llevaba la fantasía. Él, todas las consultas.

La pesó por última vez y, risueña, le pidió que guardara bajo secreto de sumario el número que había arrojado la balanza. 

Lo escucharon. Su corazón pedía con latidos apresurados salir de ese lugar oscuro pero increíblemente confortable. 
Se acercaba la semana 40 y todo seguía igual: las escenas que había visto en películas, en dónde todos salen corriendo a parir con bolsos y dolores, no existían.

"Tenés dos opciones: mañana o el lunes. Voy a estar afuera unos días, vos elegís", propuso.

"Ok. Mañana", sin dudarlo un segundo, afirmó segura ella. Él le sostenía la mano y no le sacaba la mirada de encima. Papeles a completar, sanatorio ya elegido, encararon una aventura que recién comenzaba.

"Si se arrepiente, me llamás", le dijo en tono cómplice el obstetra a él. Se abrazaron fuerte y se despidieron hasta dentro de unas horas.


En el taxi, ella lloraba de la emoción: "Mañana, ¿me entendés?". Él la contenía. SE contenía.





La noche arribó minada de nubes de lluvia. Una tormenta suspendió el último pecado disfrazado de delivery de hamburguesa doble y combo agrandado. Iban a ser las 8 horas más largas de su vida.

Él se durmió. Ella se tiró en el sillón a contemplar la vista hermosa de la tormenta sobre el Río de la Plata. No descansó. Pintó sus uñas. Se sacó fotos con su perro que aún atesora dentro del celular. Repasó su bolso una y otra vez: "Cargador del celular, DNI de los dos, un libro, un unicornio y la piedra filosofal".

La mañana los encontró dormidos. Tomaron sus cosas y se fueron.

Nuevamente, las escenas de Hollywood no se hicieron presentes. Las contracciones desgarradoras fueron historia. Habitación 476. Él se despidió de ella. Su rubia partera se hizo cargo de sus evidentes pero bien escondidos nervios.
Y ahí, frente a sus ojos, un luminoso quirófano. "Él es el anestesista, ella la obstetra, otro obstetra, un cirujano, un cheff y una porrista que te hará las hurras..." Estaban todos, menos él

La anestesia comenzaba a hacer efecto y ella se divertía al ver cómo sus piernas ya no le respondían.

11:32 am. "Empezamos", dio la orden. Ella no paraba de temblar. La voz dulce de la partera la calmaba momentáneamente. Ellos, mientras hacían su delicado trabajo, hablaban de sus vacaciones. Cantaron una canción para sacarle una sonrisa. Hasta que, entre tantas personas vestidas de un armonioso celeste, apareció él, lookeado con un amarillo furioso.

Le tomó la mano. No dejaron de mirarse. Le pedía que no llore. Intercambiaron miles de nerviosos 'Te amo'.

"Ya estamos", dijo el director de esa orquesta de profesionales.

Y ahí estaba, 12 minutos exactos después, la razón de la vida de esos dos padres amateurs angustiados. Y lloró. Mucho. Y todos festejaron esas lágrimas. Él tomó esa nueva vida entre sus brazos y la acercó hacia el rostro de ella.

No sólo nacía una vida, sino también un vínculo indestructible. De esos que se inician con tan sólo una mirada.



UMS