Quería que me vea y que se retuerza de la bronca y el dolor al encontrarme bien.
¿Qué se pensó? ¿Que iba a llorar por los siglos de los siglos su ausencia? ¿Que permitiría que mi cuerpo se convierta en un depósito de carbohidratos? No, señor. Todo lo contrario.
Sin quererlo, tal vez, mi figura se amoldó a mi nueva necesidad: VERME BIEN.
A diferencia de muchas, frente a la ruptura opté por no tocar mi pelo. No transformé a mi cabellera en una víctima inevitable de mis estados de ánimo; sabiendo que, en muchas oportunidades, lo que hacemos con nuestro pelo termina siendo un desastre aún más grande que nuestra relación amorosa fallida.
Por otro lado, adelgacé lo suficiente como para volver a un talle que no recordaba que existía. Otro punto a favor: tener que renovar el vestuario porque la ropa que tenía me quedaba grande. Esa es una de las ventajas fundamentales de adelgazar, no sólo nos hace bien a nuestra salud, sino a nuestro placard. Adiós lo viejo, bienvenido lo nuevo.
"Me lo quiero cruzar. Me lo quiero cruzar. Me lo quiero cruzar...", seguía pensando.
Salí con amigas. Disfruté de mi familia. Asumí que las canciones que teníamos en común no iban a poder ser borradas de mi memoria, sino que iban a formar parte del playlist de mi vida. Le pedí a mi corazón que no se apure. Que si bien estaba vacante, no era necesario llenar ese vacío con el primer flaco divino con sonrisa compradora que me enamore. No me hizo caso, pero a esa historia la dejo para otro día.
Y al final de cuentas, un día soleado por la mañana, un mayo frío, me lo crucé. Él salía de la entrada del subte. Barbudo, aún flaco, bien vestido. Yo, diosa. Con el pelo digno de una publicidad de acondicionadores y la alegría de tener la cabeza y el corazón en armonía. Lo vi. Él, estoy más que segura, me vio. Pasó por mi lado y pensé que iba a poder decir eso que siempre quise: "Lo que te perdiste, papito". Pero no. Ni yo hablé, ni él habló. Ese encuentro tan esperado, pasó invisible, insulso. La NADA misma.
Supuse que tantos cambios positivos en mi vida no eran para hacerle un mal a él, sino un bien a mí.
Fue un mal necesario, de esos que te hacen dar cuenta que en la batalla contra uno mismo, no hay mejor mecanismo de defensa que el amor propio.
Sos una idola
ResponderEliminarSra. Muntz, a mi una vez me paso la vida entera y me encontre con un amor de juventù. Lo vi y habian pasado 30 años. . El estaba derrotado, habia pasado de ser "james dean en rebelde sin causa"a ser un viejo amargo. Yo no habia visto el proceso y entonces me sorprendiò. Yo me sentì como ud.. Mi pelo es una mierda, no soy una diosa, pero por adentro, amiga, estaba entera. Chupala, boludo!
ResponderEliminarNoooo, sos muy grosa boluda, te felicito.
ResponderEliminarExacto, así debe ser! Las películas y el helado los primeros 2 o 3 días.. esos que no querés ni respirar...
ResponderEliminarDespués la ira y la tristeza se descarga con mucho mas satisfaccion y beneficio en el gimnasio!
A mi favor además tengo la suerte de que aún tengo pendiente hacerme las lolas... Jajajaja
Sos GRANNNNNDE MUNTZ. AMO LEERTE
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