Muchas veces el dolor es más grande que la ausencia que lo generó.
Cerrar los ojos es un mecanismo que la cabeza toma como punto de partida para comenzar a traer flashes, situaciones -quizás innecesarios- que sólo suman grietas a unos ojos que están a punto de romper en llanto. Demasiadas palabras se callan en cada lágrima.
Nos aferramos a un instante y lo guardamos bajo llave intentando que se conserve y no se desgaste; creemos que siempre va a ser necesario volver a él. Sin embargo, ahí está el error, en no soltar. En no dejar ir a algo, o a un alguien. Retenerlo es no avanzar, estancarse en la necesidad de controlar el tiempo. Esperar que los momentos no maduren y quieran irse, alejándose de nuestros recuerdos para siempre.
Una partida deja un espacio que se llena, primero con lágrimas, para luego colmarlo con algo similar a la felicidad.
Al final de cuentas, todos necesitaremos siempre un abrazo que desate el nudo de nuestras gargantas.
UMS