martes, 30 de agosto de 2016

Aniversario

Hoy hubiera cumplido años mi viejo. Hoy, cuatro años atrás, estabábamos sentados en la misma mesa festejando sus 50. Yo tenía una panza prominente. Él, el orgullo de un abuelo que chocheaba con la nieta que habitaba en mi vientre hacía 4 meses.

Tenía puesto un vestido de Complot que dejaba en evidencia que estaba embarazada y unas medias de nylon con puntitos que se rompieron apenas me las puse. Fuimos a cenar a su restaurant favorito. Había una mesa larga llena de amigos y familia. Le pasamos un video con imágenes de su vida que finalizaba con la foto de la ecografía de su nieta por venir. En la mesa de al lado, un grupo de mujeres que celebraba una despedida de soltera chifló y piropeó las fotos de papá en sus años mozos: el tipo fue futbolista y tenía un cuerpo digno de admirar. Bien por mi mamá.

Comimos como reyes y bailamos mucho, demasiado; pero recuerdo un momento que gracias a la tecnología, paso de estar en mis retinas a un papel: mis viejos bailando durante minutos, mirándose a los ojos, llenos de amor. Y ahí me cayó una ficha (y me seguirá cayendo por el resto de mi vida): disfruten amar, disfruten bailar, reír, cantar mal. Nada vuelve y todo pasa, y si vuelve, será distinto y perderá el encanto de la primera vez. 

Papá me dejó muchas cosas, pero rescato una entre todas: disfrutar el momento, porque la vida da revanchas y oportunidades, porque lo pasajero no es  deja registros y, sobre todo, porque la fecha de vencimiento que llevamos en nuestro envase no se puede modificar. 

Lo extraño hoy un poco más porque los aniversarios sirven para avivar fueguitos dormidos y convertirlos en un incendio incontrolable. Lloro para limpiar dolores, sólo para eso; porque si tuviera que recordarlo de alguna forma eterna, sería con una sonrisa de oreja a oreja.

UMS